jueves, 17 de junio de 2010

MONÓLOGO

Mea Culpa





Sí, señor Juez, ¡yo lo maté! O más bien, fui apagando la vida del ancianito, desde el mismo momento en que le impregné, le fleché, le pegué, le incubé… Mejor dicho, le regalé un saludo: ¡un SALUDO!

Entiéndame: si la duda mata, si los celos matan, si matan de un susto, si esa nena me mata, si hay mate al rey… ¡un SALUDO también tiene derecho a matar!

Ahora, tratando de interpretar los hechos, señor Juez, quiero decir:

- Me reventó, sin mi voluntad, un relato ruso que se me incrustó el siglo pasado, en mi subconsciente.

No, señor Juez, no narraré tal relato, y tampoco diré el nombre del escritor, porque puede figurar como autor intelectual, y no quiero someter a demandas judiciales a los sucesores de los derechos.

Bueno, señor Juez, como Usted diga. Daré una sinopsis, que seguramente me saldrá chambona:



Un lambón y timorato funcionario, que estaba con severa gripa porcina, se tose sin premeditación en toda la nuca de un corrupto burócrata. El resfriado personajillo se apena, se arrodilla, se disculpa, pide perdón al salpicado.

¡Sobachaquetas! ¡Cepillero! ¡Cargaladrillos! ¡Lambeculos!… Hablo claro está, señor Juez, del empleado de pacotilla.

Sigo entonces. Por tal acción, el ente servil, durante varias noches no concilia el sueño, por haber cometido una infracción maleducada en contra de la nuca de un mando superior de cuello blanco.

Pasa en vela 6 días. Su estrecha conciencia de subordinado, le cercena inclemente el espíritu por haber cometido tamaña afrenta. Insomnio, culpabilidad y gripa, se conjugan, se revuelven, se amacizan, y agravan su estado de salud. Y al séptimo día, el empleadillo muere, tieso como gato envenenado.

No me estoy desviando, señor juez (¿desviado?: ¡Usted!). Lo que pasa, es que añoro mucho a los jueces de antes, cuando recurrían en sus juicios a citas de clásicos de la literatura. Ahora, sólo tienen entre dientes a clásicos como Pereira vs. Quindío.




Bueno, señor Juez, me remitiré a los hechos:

Voy una mañana por la calle, con corazón alegre y chispa alborotada. Y me topo con un ancianito que viene de frente y me mira a los ojos. Yo, de mero cansón, por molestar, dándomelas de pícaro juglar, subo mis cejas, ilumino mis ojos, y diáfano le tiendo un SALUDO cordial al estilo metralleta:

- Señor: ¡qué tal!, ¡cómo le va!, ¡qué hay de nuevo!, ¡gusto en verlo!, ¡cómo están por la casa!, ¡saludes a los niños!, ¡besos al chiquito!, ¡pláceme verlo!, ¡que la Virgen lo acompañe¡, ¡orine antes de acostarse!...

Señor Juez, sólo saluditos en seguidilla, centellitos amables. Todos ellos, de puro repentismo fruto de una alta dosis de cafeína y nicotina que traía yo entre venas.

¿Qué respondió el finado? Señor Juez, antes aclaro que yo no me detuve ante él. Le inyecté mi SALUDO mientras seguíamos caminando. Cada uno iba en sentido contrario.

El ancianito, entre alegre y dudoso, entre temblores y rascadas nerviosas, contestó mi saludo:

- Joven… ¡¿cómo está?!

Yo confieso, señor Juez, que de manera maldadosa me detuve a contemplar las reacciones del ancianito. Muy parsimonioso, avanzaba un poco y giraba a mirarme, entre risueño y sorprendido.

Con toda seguridad, y me inculpo señor Juez de mi maldad, había caído en mi celada, y se preguntaba para sí:

- ¡¿Éste será hijo de quién?!

Y no fue más el asunto, señor Juez. Marché a mi casa feliz de mi pilatuna. Por una simple coincidencia, sólo me enteré de la muerte del ancianito, una semana después.



- Sí señor Juez, seré escueto, no porque Usted me obligue, sino porque estoy escribiendo para un Blog.

Yo, señor Juez, soy travesti a ratos y por vicio. Acostumbro a disfrazarme de plañidera para colarme en los negocios de pompas fúnebres. Lo hago solamente para tomar café caliente y fresquito, allí lo regalan por litros a los deudos que lloran sus muertos. Es un tranquilizante gratuito, como la muerte misma.

- Disculpe, señor Juez, con el permiso de Su Señoría, salgo un ratico al pasillo a soplarme un cigarrillo, porque tirar humo en su recinto, le acarrea multa a Usted, su Señoría, dueño de este negocio que usurpa justicia.




- Señor Juez, despierte a la digitadora…

Zampándome un café oscuro y doble, entró de sopero a un cuartico de velación. Y yo, que odio a los ojos que irrespetuosos espulgan por el vidrio a los dignos y honorables finados, extrañamente me lanzo a tal escrutinio. Y a quién pillo allí con algodón entre narices (y que ya todos lo saben): al ancianito del SALUDO.

Señor Juez, remato el cuento, diciendo que allí mismo capturé entre los cuchicheos de las plañideras, el signo que devela al homicida:

- Mijita querida, cosas raras se ven en esta viña del Señor, valle plagado de lágrimas, tierra del Sagrado Corazón de Jesús.

- Sí mijita querida, dizque una semana enterita, sin dormir, clamando entre fiebres y sudores: “¡¿Ese es hijo de quién?!”.

Por último, señor Juez, me declaro ¡cul-pa-ble! Admito que dar un SALUDO, aunque sea únicamente con la intención de jugar, es hoy en día un gesto peligroso, un acto que atenta contra la vida en comunidad.

- Señor Juez, quiero que quede constancia de lo siguiente: ¡Exijo que copias de esta declaración, no vayan a volar por Internet, adaptadas como “instrucciones cándidas para eliminar viejitos estorbosos”!

5 comentarios:

taranto dijo...

Oiga, amigo:

¡OJO! Hay que PROHIBIR que este monólogo, sea representado a públicos que comulgan con el hecho
de botar a seres queridos ya ancianitos, a hogares-negocios donde se tullen de soledad.

Anónimo dijo...

pobre juez, pobre viejito y pobre el de mea culpa.....
gloria q

CARAPÁLIDA dijo...

Un saludo como ese acaba con los nervios de cualquiera!!! jejeje

Jorge dijo...

En "The men who stare at goats" hay una misión especial del ejército estadounidense que tiene como objetivo aprender a matar al enemigo con la mirada. Para el efecto se entrenan con cabras, de las cuales muchas mueren tras horas de contacto visual directo con los entrenados marines.

De la curiosidad también se muere uno. Pobre hombre!

Anónimo dijo...

En paz descanse...con la arepas que hacía tan buenas¡¡¡¡¡