martes, 29 de junio de 2010

La Columna de don Onésimo (IV)

Don “One” reaparece. Habían pasado 18 días desde que entregó su tercer artículo. Estaba ocupado montándole guardia a un veterano de la puntada y la tijera.

Don “One”, por tener ‘medidas’ tan particulares para un pantalón, se atrevió a recurrir a un maestro de tradición.

Va pues su cuarta columna, una aventura que sufre al meterse a un tinglado de personajes, vericuetos y viejas usanzas de la señorial Manizales.

EL SASTRE


¡Qué ropero! El otro día después de enviar mi ropa a lavar, me quedé sin ropa.

Debo comprar algunos pantalones, pensé en un instante de lucidez.

Pero como días antes había escuchado la historia de un amigo cuyo trabajo había sido desplazado por las máquinas, en solidaridad con Él y con los viejos oficios, decidí visitar a un Sastre.

Los jóvenes tal vez no los conozcan. Son unos señores de avanzada edad, que trabajan en pequeños locales de casas coloniales. Sitios estrechos pero acogedores, casi siempre con una mesa larga llena de telas cortadas y una o dos máquinas de coser.

Llevan una cinta métrica enrollada en el cuello, fuman y visten elegantemente con chaleco para las tizas. Son flacos, con uñas largas para las puntadas, pero limpias porque es una forma de ocupar las horas libres.

No usan computador, pero tienen en su lugar, un cuaderno de 100 hojas línea corriente con los bordes levantados. No gustan de los cuadriculados, porque escriben con letra grande y adornada, que ahí no cabe. Prefieren los lapiceros plateados de dos cuerpos enroscables y con mina.

Generalmente escuchan tangos en la radio, señal inequívoca de que poseen un gusto refinado. Excelentes conversadores, porque en su trabajo hacen uso permanente de la imaginación. Es una de sus herramientas preferidas. Con ella, fabrican las historias que utilizan como disculpa para justificar los frecuentes incumplimientos con los clientes.

Preguntando, y caminando, encontré uno en la carrera 24 entre calles 26 y 27. Hablamos al más alto nivel (la radio tenía mucho volumen) y rápidamente acordamos el precio del proyecto. Me dijo que Yo debía suministrar la materia prima, pero –debo reconocerlo– me explicó dónde conseguirla.

Volví con la tela. Inmediatamente, y sin que mediaran pre-pliegos ni ninguna clase de demoras, comenzó a diseñar. Con gran precisión, tomaba medidas sobre mi atlético cuerpo, y procedía luego a vaciar la información en su cuaderno. Unos minutos después, había terminado. Me miró fijamente, y sin vacilar, preguntó:

– ¿Cuánto va a abonar? Yo no inicio ningún trabajo, sin que me abonen como mínimo, el 50%.

He aquí, un hombre de principios. Severidad y puntualidad pensé, son cualidades propias de los mayores.

– Aquí tiene su anticipo, Señor.

Esa era la última anotación que le hacía falta al párrafo donde había anotado mis medidas. Mezclaba letras y números armónicamente. Abona: $40.000.

– ¿No me da un recibo? –pregunté con timidez.

– No se preocupe, aquí queda registrado y aun si me muriera, mi familia le respondería.

Salí contento, seguro de haber hecho un negocio con un verdadero representante de aquellos tiempos.

El viernes siguiente, me presenté muy puntual a reclamar mis pantalones.

– Hombre vecino, qué pena con Usted, pero resulta que se me atravesó un cliente con una urgencia. Un amigo que se iba a casar y necesitaba un vestido completo para la ceremonia. Comprenderá Usted que no podía fallarle.

– Por supuesto, ni más faltaba Señor; entonces ¿cuándo vuelvo?

– ¿Qué le parece la próxima semana?

– Me parece muy tarde, pero si no es posible antes, yo espero.

– Oiga… vecino, ¿no me podría Usted adelantar otro dinerito? Cómo le parece que el amigo del vestido no me ha pagado aún.

– Con mucho gusto le abono otros $20.000, pero por favor apúntelos en su cuaderno.

– Por supuesto, vecino. Es más, aquí le voy a colocar el saldo, para que no haya lugar a dudas. Calidad y cumplimiento es mi lema.

Durante dos semanas estuve visitando la sastrería. Permanecía cerrada.

A la tercera semana lo encontré.

– Vecino, porqué no había vuelto. Sus tres pantalones están listos desde hace dos semanas. Yo ya los iba a poner en venta.

Me mostró uno por uno, hizo un panegírico a su costura, pero no me los pude probar porque no había espacio.

Luego en la casa, pude hacerlo. Quedaron anchos, pero… deje así.

Estoy pensando seriamente en visitar el almacén de Arturo Calle.


2 comentarios:

taranto dijo...

Don "One":

Es preferible pagarle a los verderos maestros de la costura. Aunque haya que sufrir esperas.

Yo compré un pantalón chino por barato. Y cuando me agaché... ¡quedé con el mercado afuera!

FRANCISCO dijo...

De-sastre deviene nuestra necesidad y la puntualidad de este el oficiante de los tejemanejes ! pues si que lo son! por andar entre algodones es mejor no enojarlos !ese siempre sera el trato con este que puede darnos "agujetas" (molido) despues de tanto caminar para ir a buscar el tejido y solo encontrar un quejido.