Hoy se cumplen 2.345 días, cifra redonda y sonora, válida para evocar la torcedura de pata de mi hermana soltera.
Fotografía: del amigazo humanista, José Clareth Bonilla
CLÍNICA DE LA TERCERA EDAD “CHIPREVIEJO”.
REPORTE PARAMÉDICO DE GERARD.
MAYO DE 2004.
Se apiñan por las estancias de esta casa: 1) manzanas chilenas cultivadas en Pácora, 2) peras casi que boxísticas, 3) acartonados juguitos encartonados, 4) galletas de la pasada navidad, 5) bombones muy eróticos, 6) analgésicos… ¡doping!
El hecho infausto, ocurrió el pasado martes a las 19:00 hora Chipreviejo. “El ‘damo’ de compañía” (Gerard), que parece ausente, estaba ausente.
Campaneó el timbre, y la docente jubilada (mi hermana Olga), bajó en ráfaga para ver “¿quén toca a peta?”:
- ¿Muy hambreado un desplazado?
- ¿Firmas para revocar una rata de duma?
- ¿Guachimán pitando la cuenta de la quincena?
- ¿Degustación de mazamorra ecológica embotellada?
- ¿Discurso de nueva iglesia con registro al día de la Cámara de Comercio de Manizales?
Tal vez por la penumbra, falta de un bombillo o la poca luz por austero ahorro, abonando quizás un exceso de limpiador Sanpic y cera Beisbol, sumando a lo mejor el peso de los años... lo cierto, es que la pedagoga jubilada –chocando juanete contra filo de columna– cae como plasta y rueda como buñuelo, y sufre un totazo que le costará mucha pasta.
Y en la partitura viene un ¡AY!: prolongado, melódico y ranchero.
Entonces, la ‘profe’ jubilada sembrada en el piso, su pijama rosada haciendo juego con los jaspeados mosaicos de la sala, postrada y en gesto torcido como clamando la salida de los marines.
Y baja cual saeta veloz –entre tumbos– la carnuda inquilina (María Teresa, jubilada y colega de Olga), y trata de levantar la colisionada, pero misión imposible. ¡¿Cómo levantar esa mole?!
Sigue el castigo del ding-dong en la ‘peta’. Y la trozuda inquilina abre los pestillos, y afuera está la Diana Lucía (mi sobrina que es vecina) muy lívida y como ida.
Ya, entre las dos traga-sopas, aunando esfuerzos, y aplicando el tercer género de las palancas, tratan de incorporar la masa corpórea. Pero puede la gravedad de la tierra y la del dolor.
Llaman, entonces, al Ingeni-ebrio Ron-Jairo (mi hermano Jhon “Botellón”), máster en grúas y demoliciones, quien arriesgando lumbago la iza verticalmente. Y vino el acto de locomoción.
Difícil el desplazamiento. Jhon, docto en sacada de borrachos, le alza a Olga el mofletudo brazo derecho y lo acomoda en su cuello Tyson. Y chanta mano de albañil en la cintura de mi jamonuda hermana.
Y trata de arrastrar algunas yardas a la nokeada. Pero casi le descoyunta las aromadas axilas, por poco le desencaja la quijada y le adelgaza la papada.
Según versiones de los mirones vecinos, la jubilada se arrastró, hasta el ‘narco-toyota’ de Jhon, como recortado lisiadito en carrito de balineras.
Fue llevada a un centro de luxaciones, para párvulas, donde le tomaron una foto digital contra el tobillo, y le aplicaron un kilo de yeso para molduras dentales.
Y ahí va el asunto. Veinte días de postración. Linda oportunidad que aprovecha leyendo a Laura Restrepo, revistas atrasadas de Semana, La Patria con la tragedia, y un curso de francés de los 60, mientras escucha un tema quemado: “La Mar-se-YESA”.
¡Última hora! ¡Sin confirmar, no lo decimos! ¡Extra, extra, extra!...
Se revela un dato, entregado a última hora por la Olga estrellada:
Se negaba a levantarse del suelo por una preocupación que la embargaba: tenía las piernas muy peludas y no quería enseñarle esa terrible pelambrera al médico.
Le gritó a la sobrina Diana Lucía que le trajera de urgencia una cuchilla Minora. Se lanzó la Diana, y corrió a las estanterías del baño y, por la premura, le trajo la máquina rasuradora de la inquilina María Teresa.
Un adminículo higiénico, que traía impregnados en sus filos unas cerdas largas y amonadas.
Según dice Olga: “Eran largos rastros de pelos que ‘Tere’ se quita de la barba y el bozo, y que ella en su intimidad elimina de la cara”. (¡Yo no sabía que en la casa se hospedaba otra antena!).
Olga, rechazó con espanto, y otro grito, el uso de esa máquina –y lo hizo frente a la dueña–. Y ordenó la compra de una Gillette de las costosas. Ya rasurada y con las patas brillantes, se dejó arrastrar hasta la clínica.
Y cuentan que él medico enyesador, viendo tal piel y tal pulcritud, se enamoró perdidamente. Y se ensimismó tanto, que le enyesó el tobillo sano.