sábado, 24 de julio de 2010

XEROX (2)

Chipreviejo sigue con XEROX,
pretexto del que me valgo cuando estoy muy ocupado.
Es escenario, para que actúen como teloneros
–a mis genialidades futuras–,
desconocidos escritores de fama mundial.
En esta entrada sale,
del escondite de mis archivos,
el mordaz italiano Stefano Benni,
que nos lega un delirante fragmento de su satírica novela: Baol.









Lo importante es divertirse

(Stefano Benni)



Decidí entrar en aquel restaurante. Un restaurante de lujo, de esos donde se chupetean langostinos con música de cuerdas como fondo, no sé si hablo claro, todo mármol, terciopelo rosa, espejos y velitas, parecía la garçonniere* de un yate árabe.






El maître me examinó con maîtresco desprecio. Fingí que no me daba cuenta.






– ¿Qué pescado hay? –pregunté.






– Todo lo que quiera –repuso fríamente.






– Tráigame entonces un plato combinado de mujólidos, caballimoroides, ástices, arañas, aspisalmonetes, valencianillas, caránganos, mejillones, rosellonas, tobillones, maranjenas, mediascolas, chipirones, bocas de bueyes, escrapiones, lotas, suros, lampugas, alegrías, bogas, salpas, boquerones, doncellas, nigricepos, pescadillas, anteojones, gatiherrumbres, comepiedras, chupaescollos, lubinas hermafroditas, meros alejandrinos, lofas abodegadas, paguros elefantes y ostracodermos extinguidos.






Me echaron. Con los tiempos que corren, es duro hacerse el gracioso si uno no es millonario. No importa. En mi filosofía lo importante es divertirse. Sabéis, es que soy un mago baol.





[* Garçonniere: institución gala por excelencia que no es más que un departamento que se usa para los affaires. Affaires: ¡Investíguelo Ud.!].

viernes, 16 de julio de 2010

SOÑAR

Olvidar la clave


Detalle de una foto tomada por Paola Ferreira


Cuando sepultábamos a papá, me abordó un amigo, un duro en magias y brujerías de variados tonos. No me dio el abrazo autómata del sentido pésame. Algo mejor: me dio la clave para volverme multimillonario sin recurrir a genocidios.


Me recomendó que esa noche, antes de dormir, me concentrara en pedirle a mi finado progenitor que me adelantara en el sueño el número ganador de la lotería más gorda del mundo. Lo que entrega “La primitiva” de España, sería un triste seco frente a mi PREMIO.


Yo, que no creo ni en lo que veo, pero sí le como cuento a mis amigos, le seguí el consejo.


Antes de sumirme en la dulce muerte de cada noche: solicité mentalmente a papá la cifra que me haría rico. ¡Y me la transmitió!


En mi sueño, subo a un ascensor súper-post-moderno de diseño nipón. Nadie me acompaña, ni siquiera un ascensorista de la cuota política goda.


Voy en pleno ascenso, velocidad extrema, disparado como volador de polvorero aguadeño. Me mareo, casi que levito. Sube el ascensor, sube, sube y sube como kumis casero.


Truena en mi mente la voz de papá: “El número del piso, donde pare el ascensor, es la combinación de dígitos que te hará un Ardila, un Santodomingo, un Sindicato Antioqueño”.


Alertado, impaciente, conmocionado: sostengo mirada atenta, dirigida a la secuencia del tablero digital que proclama el número por-venir. (¡¡¡Señores, no hagan su juego, que esa ruleta la envenenó MÍ PAPÁ!!!).


El viaje es la eternidad misma. Me irrito. ¿Voy para la terraza de un edificio de Jeque? Llega un número, cae el subsiguiente, se avecina el que le precede… ¡desesperante como electro anímico de mujer ciclotímica!


Me trepida un ventrículo, tiemplo escroto torero y aprieto el culo... y prosigue la ascensión. ¿Conoceré el lado oscuro de la luna? Por fin, dúctil, sin balanceos ni chirridos: ¡se detiene la máquina, abre sus alas, me atornillo al suelo!


Ahora, la cifra centellea morbosa ante mis ojos. Pero –¡vida puta querido bloguero!–, el guarismo era muy largo y difícil de memorizar. Incluso, entreveraba caracteres como de insultos de caricatura. Era algo así como: 76₪¨-₪9*6&521=¡?12xx8…


Y yo nada que lo memorizaba... y me invade una desazón verde, la desesperanza nativa… y el desgraciado ascensor pita como tren de cercanías, cierra las fauces y arranca conmigo para Antares.


¡Sigo en bancarrota! Soy un pobre diablo, un soberano tonto. Me muero de la piedra, me trozo las uñas hasta la madre, y la rabia me electriza, ¿por qué olvidé la recomendación más clave de mi amigo brujo?: ¡Al sueño hay que entrar con lápiz y papel!

miércoles, 7 de julio de 2010

ARABIA ANDINA

Carloncho

Hace muchos años existió en esta región un campesino muy ladino llamado don Tino. Osco, tosco, burdo y corazón curvo.

Tenía un diente de oro, dos dedos de frente, tres pelos en la cocorota, cuatro lunares en la tetilla, cinco centavitos en el bolsillo y seis estrías en la nalga derecha.

Era bebedorcito. Cuando estaba en sano juicio era muy… lento y cuando estaba borracho era muy vio... lento.

El cuento es que don Tino era dueño de un burro: hermoso y manso como Platero, fuerte y peludo como Hércules, y enamorado como don Juan.

Carloncho –alias del equino–, era un semental excelente, excelentísimo como el Papa. Todos los vecinos pagaban caro el salto para sacarle una cría a esa divinidad.

Todas las burras del Eje Cafetero subieron la tranca –del corral de Carloncho– y ninguna salió aburrida.



En una montañita, a una hora de acá de Manizales, don Tino tenía una chagra. Retacito de tierra, donde residía con su mujer y sus 18 hijos y medio. Vivía de la venta de los productos que allí cultivaba y que vendía en la galería.

Don tino madrugaba sagradamente todos los domingos, y enjalmaba a Carloncho. Aprovechándose de las fuerzas del portentoso y macanudo animal, le echaba encima:
  • 11 racimos de plátano hartón.
  • 10 bultos de yuca chirosa.
  • 9 cajas de tomate riñón.
  • 15 cargas de cebolla larga.
  • 20 panales de huevos de doble yema...

Y arrancaba con Carloncho: Me voy pal pueblo, hoy es mi día... En el viaje, por el camino, siempre trataba mal al animal: por mera maldad y puro capricho.

Cuando don Tino llegaba a Manziales, nunca se separaba de Carloncho.

Después de vender los productos, don Tino echaba para misa, y… Carloncho ahí. Iba a la cantina a tomarse unos tragos, y… Carloncho ahí. Para el inodoro, y… Carloncho ahí. A tirar paso con las coperas, y… Carloncho ahí.

Incluso, dormía en cama triple. Don Tino en un extremo, en el otro su mujer, y Carloncho en la mitad.

No era zoofilia en trío. No. Desconfiaba: temía que le robaran esa joya de bestia.


Pero, en esa época existía un ladrón muy famoso: Mirúz. ¿Ha oído hablar de él?

¡Mirúz, el que murió de un patatús!

Un día Mirúz, dijo:

– Por Chucho bendito y el papa Benedicto, juro que le robo ese semental a fulano de tal.

Y un domingo en la tarde se tiró al ruedo. Eran las cinco de la tarde… eran las cinco de la tarde… Junto con su compinche se escondió en un matorral, a un lado del camino.

Y ahí venía don Tino con la cabeza atrofiada en vino. Traía de cabestro a Carloncho, cargando remesa:

Panela melcochuda, un cuadro del Sagrado Corazón, un cuadro de jabón azul, clavos y canela, Pielroja, una mecha de fogón, petróleo, una bacinilla, un corte de tela, cucas para la señora, cucos para las niñas...

Antes de que pasara don Tino con Carloncho, Mirúz se quitó la ropa y quedó como mi Dios lo trajo al mundo.

Mirúz se fue con mucha mañita a un ladito de Carloncho. Le quitó el cabestro, y se lo puso en su cuello.

Apenitas Mirúz se percató de que su compinche ya había escondido a Carloncho, frenó en seco: ¡sheeeennnrrr!

Don Tino bramó: “Burro, arrreee, shuuu, bsuuu. Vamos malnacida bestia. Arrreee, shuaaa. Vas a ver la tunda que te voy a dar”. Y al mirar atrás pega severo alarido...

Cómo no se iba a asustar. Si en vez de ver a su burro Carloncho, lo que vio fue a un hombre escuálido, enjuto, enteco, langaruto, y en pelota.

Se le pasó la rasca. Se le puso la piel de gallina. Se le erizaron los pelos. Se puso pálido y sudoroso. Se le incrustó un taco en el esternón. Pero, sin embargo, siempre desconfiado, no lo soltó.


– ¿Y usted de dónde salió? ¿Y usted quién es?

– ¿Yo? He ahí el dilema: ser o no ser. Yo ¡soy su burro! ¡¿Qué digo?! Yo era su burro, pero ahora soy yo.

– ¿Qué dice usted? ¿Cómo así? No me enrede, cabrón.

– Mi historia es larga. Pero, voy a resumir porque estamos en un Blog. Yo era un muchacho común y corriente, nada refinado. Vivía en una población del Magdalena, en Plato, allí mismo donde un hombre se volvió caimán. Yo vivía dedicado al juego, a la vagancia: parqués, dominó, tute, natación y masturbación.

– ¡Virgen María!

– Después me envicié a la sustancia psicoactiva más letal: el alcohol. Bebía más que una yegua galopera. Y empecé a robarme todas las cosas de la casa para cambiarlas por aguardiente. Robé: cortinas, ropa, muebles, ollas, cucharas, tenedores, papel higiénico…

– ¡Cielo santo!

– Me envicié tanto que un día arranqué el sanitario de mi casa para trocarlo por vino de consagración. Y mi mamá que ya estaba cansada de tanta sinvergüencería me dijo: Muchacho no salgas me dijo ella a mí, pero yo hice un gesto y orondo me fui.

– ¿A empinar el codo?

– Sí. Y esa noche, ya muy encopetado, y faltando cinco para las doce, fui a pedir a un dueño de olla quinientos pesos de caldo de pajarilla para bajar la rasca, y lo que dije fue: Shuiii, fschiii, Rushhh. Y mi cuerpo empezó a agitarse, fuerte escalofrío. Me salieron pelos largos por todos lo lados, me crecieron las orejas, los ojos, los dientes y la polla. ¡Convertido en burro por la maldición de mi madre!

– Bueno, y entonces ¿qué fue de su vida?

– Pues por ahí vagar de manga en manga, comiendo manga, comiendo mango. Y un día pensé: Tengo toda la capacidad cerebral para ser: concejal, futbolista, periodista... Y me puede ir muy bien con esta palanca que tengo. Entonces salí al trote para Manizales.

– ¡Y triunfaste!

– No pude. Cuando estaba tocando las goteras de Manizales, unos ladrones me enlazaron, me secuestraron, y me vendieron en la galería. Y usted me compró. Caí en sus manos agresivas. Era mi condena. Porque con usted sólo recibí malos pastos, malos tratos, malas burras. Que de haber tenido yo el don de la palabra le canto la tabla. Que de haber sido yo un humano le pongo la mano.

– Perdóname buen hombre, que de haber sabido yo que trataba con un prójimo semejante, no le hubiera dado mala vida.

– Lo perdono, con una sola condición: de ahora en adelante trate muy bien a los animales, porque recuerde: adentro de un burro siempre suele estar escondido un Profesor.

Y don Tino lo soltó.


– Tenga esta platica para que se compre un traje y una muda, y plata para el traje de la muda. Tenga esta otra platica para que vaya a Plato a pedirle perdón a su mamá.

Lo despidió con lágrimas en los ojos. Y se fue para la casa sin burro y sin remesa.

Y cuando se enteró su mujer, portento de hembra: 120 kilos, 1 con 99 de altura, pelo en pecho y sombra de bigote… Cuando se enteró…

– Ve este sinvergüenza, claro, se puso a apostar y me dejó sin mercado. Se jugó el burro y lo perdió. Descarado, atrevido, buenoparanada. Esta semana remplaza al burro y el domingo compra otro. Andando... a trabajar... bestia... arrreee...

Y dicho y hecho. Esa semana le tocó a don Tino: cargar la leña, traer el agua de la quebrada, arar, dormir en pesebrera, jartar pasto...
 

Y lo más cruel. Esa semana, el Almanaque Bristol registró un fenómeno sideral. Todas las burras del occidente colombiano entraron en calor. Y don Tino tuvo que saciarlas a todas: 1833 burras y 45 burros puestos allí por equivocación.

La fila de burras se venía desde la finquita hasta el mismo Manizales. Pasaba por el puente de Olivares, el parque Fundadores, la Plaza de Bolívar. Y las últimas brurras le daban la vuelta a la Gobernación. De pronto, se desprendió un aguacero y se entraron al edificio para protegerse.

Subieron las escalas, abrieron las oficinas, se sentaron en escritorios, abrieron ficheros, escribieron en máquina, hablaron por teléfono, y desde ese día nos gobiernan.

El domingo, muy de madrugada, la mujer cargó a don Tino con las cosechitas.


– Andando, bestiaaa. Venda todo y compre un burro. Arrreee...

Don Tino, muy juicioso, vendió los producticos. Y salió veloz para el pabellón de animales: conejos, gallinas ponedoras, tortugas, palomas, chanchos, burros... ¡Sección Burros!

¿A quién encontró allí? ¡A Carloncho! Mirúz ya lo había negociado, y estaba allí para la venta. Cuando Carloncho vio a su amo, pues lo reconoció. Fuuuiii, fuuuiii, fuuuiii... clamaba y brincaba de alegría.

Y don Tino, para sorpresa de todos los que estaban allí en ese pabellón, y para desconcierto de los seguidores de este Blog, le dijo:

– ¡¿Volviste a caer en el vicio?! ¡¿Volviste a tratar mal a tu mamá, y te echó de nuevo la maldición?! ¡Miserable! Pero ahora sí te jodiste, porque no te vuelvo a comprar. ¡Maldito canalla!

Y compró un burrito de buena pinta. Animalito con papeles al día. Y con registro estampillado que autenticara: “Hijo de papá burro y de mamá burra”.

domingo, 4 de julio de 2010

EL DORADO (Parte 2)


Estadísticas

Por naturaleza soy escéptico. No creo en las estadísticas y me ofende quedar amarrado en ellas.

En el último Censo del DANE me escondí. No me dejé contar. Me escapé del rebaño.

Soy escurridizo como el jabón. Boludo y pelotudo: Maradona. Para mí, la estadística es amañada y la duda himno nacional.

Como fugitivo del Censo, con paso fino salgo de la recua. Brinco de la camada, cuando los tendenciosos de micrófono y vitrina sentencian: “Los 44 millones de colombianos creen que…”.

Hace dos años, estando de campesino, me quisieron atrapar en las estadísticas de beneficiarios del programa de “Seguridad Alimentaria”. Me ofrecieron 6 gallinas ponedoras, unos cuantos kilos de cuido para cebar dicho "ganado picudo", y unos paqueticos de semillas de verduras para una ensalada.

Me negué a recibir tal súper-ayuda. Mi cuerpo también tiene su ética, y además un sancocho asistencialista afloja el estómago.

De otro lado, por mero tonto, nunca me involucro en las estadísticas de los que adivinan grandes negocios en bonanzas futuras.

La bonanza marimbera me cogió sin antejardín. En la bonanza coquera vivía de paciente en un laboratorio dental. Y en la bonanza de Uribe fui un soberano pendejo, no entendí que estadísticamente cualquier ciudadano inocente se podía desmovilizar.

Volvamos al agro. ¿Qué cultivar en un minifundio en la era uribista, que no lleve a quiebra? Me pegué a las estadísticas agropecuarias: un producto hay que sembrarlo a tiempo, para que cuando se saque coja buen precio.

Procedí y enterré mi yuca, y al cosechar me enhebraron las mafias intermediarias. Saqué un banano grande y azucarado, y los precios me tiraron al piso; dicen los traficantes de la galería, que lo que pasa es que los huilenses superan a los caldenses en tamaño: ellos con abono esgrimen ahora uno más portentoso.

Fruto del desespero agrícola, una noche tuve una pesadilla. Soñé que tenía un florecido cultivo de minas quiebra-patas, que por estadísticas es lo que más se siembra en Colombia.

Y desperté sudoroso y temblando, en el sueño me tocó hacer la desyerba: me vi plateando las minitas retoñadas con una guadaña floja de cabo, y en pleno aguacero y en terrenos faldudos cruzando las eras subido en zancos de 5 metros.

Ante tanto desengaño rural, sólo me queda creer en alguna estadística. Hoy leí en una revista añeja: geólogos colombianos estiman que el volcán Galeras arroja anualmente en sus emisiones: ¡UN KILO DE ORO!

Salgó mañana mismo rumbo a Pasto (Nariño). Llevó una carpita para acampar en las laderas próximas a esa boca emisora. Y unos guantes de carnaza para aparar ese kilo de oro, estará muy caliente, y tengo la esperanza de que caerá ¡en lingote!

(En la imagen: el plátano de Taranto. Foto: mariolqc).

jueves, 1 de julio de 2010

XEROX (1)

Chipreviejo
abre XEROX,
nueva sección destinada
a ambientar
la olorosa pesadez de este BLOG,
con tijeretazos a la densa literatura clásica.
Lloverán desde ahora
textos cortos,
de autores jóvenes
y desconocidos,
como Gabo, con quién hoy,
y sin su permiso, inauguramos este espacio.


INVULNERABLE

(Gabriel García Márquez)

Un caballero llevaba en el bolsillo del pecho un libro de reciente aparición. Cuando alguien le hizo un disparo a quemarropa fue conducido al hospital, donde se constató que el agredido gozaba de perfecta integridad física. El proyectil no había alcanzado a atravesar el libro.

Un crítico literario comentó:

- “Claro, es uno de esos libros invulnerables. Ni siquiera una bala alcanza a pasar del segundo capítulo”.