miércoles, 7 de julio de 2010

ARABIA ANDINA

Carloncho

Hace muchos años existió en esta región un campesino muy ladino llamado don Tino. Osco, tosco, burdo y corazón curvo.

Tenía un diente de oro, dos dedos de frente, tres pelos en la cocorota, cuatro lunares en la tetilla, cinco centavitos en el bolsillo y seis estrías en la nalga derecha.

Era bebedorcito. Cuando estaba en sano juicio era muy… lento y cuando estaba borracho era muy vio... lento.

El cuento es que don Tino era dueño de un burro: hermoso y manso como Platero, fuerte y peludo como Hércules, y enamorado como don Juan.

Carloncho –alias del equino–, era un semental excelente, excelentísimo como el Papa. Todos los vecinos pagaban caro el salto para sacarle una cría a esa divinidad.

Todas las burras del Eje Cafetero subieron la tranca –del corral de Carloncho– y ninguna salió aburrida.



En una montañita, a una hora de acá de Manizales, don Tino tenía una chagra. Retacito de tierra, donde residía con su mujer y sus 18 hijos y medio. Vivía de la venta de los productos que allí cultivaba y que vendía en la galería.

Don tino madrugaba sagradamente todos los domingos, y enjalmaba a Carloncho. Aprovechándose de las fuerzas del portentoso y macanudo animal, le echaba encima:
  • 11 racimos de plátano hartón.
  • 10 bultos de yuca chirosa.
  • 9 cajas de tomate riñón.
  • 15 cargas de cebolla larga.
  • 20 panales de huevos de doble yema...

Y arrancaba con Carloncho: Me voy pal pueblo, hoy es mi día... En el viaje, por el camino, siempre trataba mal al animal: por mera maldad y puro capricho.

Cuando don Tino llegaba a Manziales, nunca se separaba de Carloncho.

Después de vender los productos, don Tino echaba para misa, y… Carloncho ahí. Iba a la cantina a tomarse unos tragos, y… Carloncho ahí. Para el inodoro, y… Carloncho ahí. A tirar paso con las coperas, y… Carloncho ahí.

Incluso, dormía en cama triple. Don Tino en un extremo, en el otro su mujer, y Carloncho en la mitad.

No era zoofilia en trío. No. Desconfiaba: temía que le robaran esa joya de bestia.


Pero, en esa época existía un ladrón muy famoso: Mirúz. ¿Ha oído hablar de él?

¡Mirúz, el que murió de un patatús!

Un día Mirúz, dijo:

– Por Chucho bendito y el papa Benedicto, juro que le robo ese semental a fulano de tal.

Y un domingo en la tarde se tiró al ruedo. Eran las cinco de la tarde… eran las cinco de la tarde… Junto con su compinche se escondió en un matorral, a un lado del camino.

Y ahí venía don Tino con la cabeza atrofiada en vino. Traía de cabestro a Carloncho, cargando remesa:

Panela melcochuda, un cuadro del Sagrado Corazón, un cuadro de jabón azul, clavos y canela, Pielroja, una mecha de fogón, petróleo, una bacinilla, un corte de tela, cucas para la señora, cucos para las niñas...

Antes de que pasara don Tino con Carloncho, Mirúz se quitó la ropa y quedó como mi Dios lo trajo al mundo.

Mirúz se fue con mucha mañita a un ladito de Carloncho. Le quitó el cabestro, y se lo puso en su cuello.

Apenitas Mirúz se percató de que su compinche ya había escondido a Carloncho, frenó en seco: ¡sheeeennnrrr!

Don Tino bramó: “Burro, arrreee, shuuu, bsuuu. Vamos malnacida bestia. Arrreee, shuaaa. Vas a ver la tunda que te voy a dar”. Y al mirar atrás pega severo alarido...

Cómo no se iba a asustar. Si en vez de ver a su burro Carloncho, lo que vio fue a un hombre escuálido, enjuto, enteco, langaruto, y en pelota.

Se le pasó la rasca. Se le puso la piel de gallina. Se le erizaron los pelos. Se puso pálido y sudoroso. Se le incrustó un taco en el esternón. Pero, sin embargo, siempre desconfiado, no lo soltó.


– ¿Y usted de dónde salió? ¿Y usted quién es?

– ¿Yo? He ahí el dilema: ser o no ser. Yo ¡soy su burro! ¡¿Qué digo?! Yo era su burro, pero ahora soy yo.

– ¿Qué dice usted? ¿Cómo así? No me enrede, cabrón.

– Mi historia es larga. Pero, voy a resumir porque estamos en un Blog. Yo era un muchacho común y corriente, nada refinado. Vivía en una población del Magdalena, en Plato, allí mismo donde un hombre se volvió caimán. Yo vivía dedicado al juego, a la vagancia: parqués, dominó, tute, natación y masturbación.

– ¡Virgen María!

– Después me envicié a la sustancia psicoactiva más letal: el alcohol. Bebía más que una yegua galopera. Y empecé a robarme todas las cosas de la casa para cambiarlas por aguardiente. Robé: cortinas, ropa, muebles, ollas, cucharas, tenedores, papel higiénico…

– ¡Cielo santo!

– Me envicié tanto que un día arranqué el sanitario de mi casa para trocarlo por vino de consagración. Y mi mamá que ya estaba cansada de tanta sinvergüencería me dijo: Muchacho no salgas me dijo ella a mí, pero yo hice un gesto y orondo me fui.

– ¿A empinar el codo?

– Sí. Y esa noche, ya muy encopetado, y faltando cinco para las doce, fui a pedir a un dueño de olla quinientos pesos de caldo de pajarilla para bajar la rasca, y lo que dije fue: Shuiii, fschiii, Rushhh. Y mi cuerpo empezó a agitarse, fuerte escalofrío. Me salieron pelos largos por todos lo lados, me crecieron las orejas, los ojos, los dientes y la polla. ¡Convertido en burro por la maldición de mi madre!

– Bueno, y entonces ¿qué fue de su vida?

– Pues por ahí vagar de manga en manga, comiendo manga, comiendo mango. Y un día pensé: Tengo toda la capacidad cerebral para ser: concejal, futbolista, periodista... Y me puede ir muy bien con esta palanca que tengo. Entonces salí al trote para Manizales.

– ¡Y triunfaste!

– No pude. Cuando estaba tocando las goteras de Manizales, unos ladrones me enlazaron, me secuestraron, y me vendieron en la galería. Y usted me compró. Caí en sus manos agresivas. Era mi condena. Porque con usted sólo recibí malos pastos, malos tratos, malas burras. Que de haber tenido yo el don de la palabra le canto la tabla. Que de haber sido yo un humano le pongo la mano.

– Perdóname buen hombre, que de haber sabido yo que trataba con un prójimo semejante, no le hubiera dado mala vida.

– Lo perdono, con una sola condición: de ahora en adelante trate muy bien a los animales, porque recuerde: adentro de un burro siempre suele estar escondido un Profesor.

Y don Tino lo soltó.


– Tenga esta platica para que se compre un traje y una muda, y plata para el traje de la muda. Tenga esta otra platica para que vaya a Plato a pedirle perdón a su mamá.

Lo despidió con lágrimas en los ojos. Y se fue para la casa sin burro y sin remesa.

Y cuando se enteró su mujer, portento de hembra: 120 kilos, 1 con 99 de altura, pelo en pecho y sombra de bigote… Cuando se enteró…

– Ve este sinvergüenza, claro, se puso a apostar y me dejó sin mercado. Se jugó el burro y lo perdió. Descarado, atrevido, buenoparanada. Esta semana remplaza al burro y el domingo compra otro. Andando... a trabajar... bestia... arrreee...

Y dicho y hecho. Esa semana le tocó a don Tino: cargar la leña, traer el agua de la quebrada, arar, dormir en pesebrera, jartar pasto...
 

Y lo más cruel. Esa semana, el Almanaque Bristol registró un fenómeno sideral. Todas las burras del occidente colombiano entraron en calor. Y don Tino tuvo que saciarlas a todas: 1833 burras y 45 burros puestos allí por equivocación.

La fila de burras se venía desde la finquita hasta el mismo Manizales. Pasaba por el puente de Olivares, el parque Fundadores, la Plaza de Bolívar. Y las últimas brurras le daban la vuelta a la Gobernación. De pronto, se desprendió un aguacero y se entraron al edificio para protegerse.

Subieron las escalas, abrieron las oficinas, se sentaron en escritorios, abrieron ficheros, escribieron en máquina, hablaron por teléfono, y desde ese día nos gobiernan.

El domingo, muy de madrugada, la mujer cargó a don Tino con las cosechitas.


– Andando, bestiaaa. Venda todo y compre un burro. Arrreee...

Don Tino, muy juicioso, vendió los producticos. Y salió veloz para el pabellón de animales: conejos, gallinas ponedoras, tortugas, palomas, chanchos, burros... ¡Sección Burros!

¿A quién encontró allí? ¡A Carloncho! Mirúz ya lo había negociado, y estaba allí para la venta. Cuando Carloncho vio a su amo, pues lo reconoció. Fuuuiii, fuuuiii, fuuuiii... clamaba y brincaba de alegría.

Y don Tino, para sorpresa de todos los que estaban allí en ese pabellón, y para desconcierto de los seguidores de este Blog, le dijo:

– ¡¿Volviste a caer en el vicio?! ¡¿Volviste a tratar mal a tu mamá, y te echó de nuevo la maldición?! ¡Miserable! Pero ahora sí te jodiste, porque no te vuelvo a comprar. ¡Maldito canalla!

Y compró un burrito de buena pinta. Animalito con papeles al día. Y con registro estampillado que autenticara: “Hijo de papá burro y de mamá burra”.

3 comentarios:

taranto dijo...

AMIGO:

Gracias, me aclaraste una duda que no me dejaba dormir.

El que habló del proceso de transformación del mono en hombre, pecó de ignorancia. No es posible culpar a mono de igualarse con nosotros, que somos mucho más salvajes.

El proceso de transformación del hombre en burro, que tú brillantemente expones, aclara los impulsos mentales del electorado colombiano.

Ah, y desde ahora beberé al extremo y me prepararé para una maldición mutante: añoro la máxima virtud del burro.

Gracias,MIL.

Ana María Mesa Villegas dijo...

¿Un ladrón que advierte sobre el trato a los animales? son los que más me gustan, ¡los ladrones con principios!
Gracias por contarme de tu nota nueva.
Abrazos vecino!

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ahhh y linda tu plantilla vecino!