lunes, 4 de octubre de 2010

Luxación

Hoy se cumplen 2.345 días, cifra redonda y sonora, válida para evocar la torcedura de pata de mi hermana soltera.

Fotografía: del amigazo humanista, José Clareth Bonilla


CLÍNICA DE LA TERCERA EDAD “CHIPREVIEJO”.

REPORTE PARAMÉDICO DE GERARD.

MAYO DE 2004.



Se apiñan por las estancias de esta casa: 1) manzanas chilenas cultivadas en Pácora, 2) peras casi que boxísticas, 3) acartonados juguitos encartonados, 4) galletas de la pasada navidad, 5) bombones muy eróticos, 6) analgésicos… ¡doping!


El hecho infausto, ocurrió el pasado martes a las 19:00 hora Chipreviejo. “El ‘damo’ de compañía” (Gerard), que parece ausente, estaba ausente.


Campaneó el timbre, y la docente jubilada (mi hermana Olga), bajó en ráfaga para ver “¿quén toca a peta?”:


- ¿Muy hambreado un desplazado?

- ¿Firmas para revocar una rata de duma?

- ¿Guachimán pitando la cuenta de la quincena?

- ¿Degustación de mazamorra ecológica embotellada?

- ¿Discurso de nueva iglesia con registro al día de la Cámara de Comercio de Manizales?


Tal vez por la penumbra, falta de un bombillo o la poca luz por austero ahorro, abonando quizás un exceso de limpiador Sanpic y cera Beisbol, sumando a lo mejor el peso de los años... lo cierto, es que la pedagoga jubilada –chocando juanete contra filo de columna– cae como plasta y rueda como buñuelo, y sufre un totazo que le costará mucha pasta.


Y en la partitura viene un ¡AY!: prolongado, melódico y ranchero.


Entonces, la ‘profe’ jubilada sembrada en el piso, su pijama rosada haciendo juego con los jaspeados mosaicos de la sala, postrada y en gesto torcido como clamando la salida de los marines.


Y baja cual saeta veloz –entre tumbos– la carnuda inquilina (María Teresa, jubilada y colega de Olga), y trata de levantar la colisionada, pero misión imposible. ¡¿Cómo levantar esa mole?!


Sigue el castigo del ding-dong en la ‘peta’. Y la trozuda inquilina abre los pestillos, y afuera está la Diana Lucía (mi sobrina que es vecina) muy lívida y como ida.


Ya, entre las dos traga-sopas, aunando esfuerzos, y aplicando el tercer género de las palancas, tratan de incorporar la masa corpórea. Pero puede la gravedad de la tierra y la del dolor.


Llaman, entonces, al Ingeni-ebrio Ron-Jairo (mi hermano Jhon “Botellón”), máster en grúas y demoliciones, quien arriesgando lumbago la iza verticalmente. Y vino el acto de locomoción.


Difícil el desplazamiento. Jhon, docto en sacada de borrachos, le alza a Olga el mofletudo brazo derecho y lo acomoda en su cuello Tyson. Y chanta mano de albañil en la cintura de mi jamonuda hermana.


Y trata de arrastrar algunas yardas a la nokeada. Pero casi le descoyunta las aromadas axilas, por poco le desencaja la quijada y le adelgaza la papada.


Según versiones de los mirones vecinos, la jubilada se arrastró, hasta el ‘narco-toyota’ de Jhon, como recortado lisiadito en carrito de balineras.


Fue llevada a un centro de luxaciones, para párvulas, donde le tomaron una foto digital contra el tobillo, y le aplicaron un kilo de yeso para molduras dentales.


Y ahí va el asunto. Veinte días de postración. Linda oportunidad que aprovecha leyendo a Laura Restrepo, revistas atrasadas de Semana, La Patria con la tragedia, y un curso de francés de los 60, mientras escucha un tema quemado: “La Mar-se-YESA”.


¡Última hora! ¡Sin confirmar, no lo decimos! ¡Extra, extra, extra!...


Se revela un dato, entregado a última hora por la Olga estrellada:


Se negaba a levantarse del suelo por una preocupación que la embargaba: tenía las piernas muy peludas y no quería enseñarle esa terrible pelambrera al médico.


Le gritó a la sobrina Diana Lucía que le trajera de urgencia una cuchilla Minora. Se lanzó la Diana, y corrió a las estanterías del baño y, por la premura, le trajo la máquina rasuradora de la inquilina María Teresa.


Un adminículo higiénico, que traía impregnados en sus filos unas cerdas largas y amonadas.


Según dice Olga: “Eran largos rastros de pelos que ‘Tere’ se quita de la barba y el bozo, y que ella en su intimidad elimina de la cara”. (¡Yo no sabía que en la casa se hospedaba otra antena!).


Olga, rechazó con espanto, y otro grito, el uso de esa máquina –y lo hizo frente a la dueña–. Y ordenó la compra de una Gillette de las costosas. Ya rasurada y con las patas brillantes, se dejó arrastrar hasta la clínica.


Y cuentan que él medico enyesador, viendo tal piel y tal pulcritud, se enamoró perdidamente. Y se ensimismó tanto, que le enyesó el tobillo sano.


sábado, 2 de octubre de 2010

La Columna de don Onésimo (V)

Por los ‘Estudios Centrales’ de Chipreviejo, donde se generan estas disparatadas entradas, arrecian los tempestuosos vientos de “la más hermosa y sutil de las mentiras”… ¡LA DEL AMOR!



Don Onésimo, ausente un bimestre de este Blog, anda a la caza de aquellos tiernos refugios, que son nuestra única salvación. Su nueva Columna es prueba enloquecida.





LOS TAXISTAS DE MANIZALES (2)



Bueno señor, ahora vamos de regreso a Chipre –le dije.


Como no, con mucho gusto. Oiga… muy bien, muy bien ¿no?


Yo realmente no sabía a qué se refería, pero él seguía conversando…


A mí también me gustan las mujeres jóvenes. Son más cariñosas, y esa piel. Yo tengo 54 años, y mi señora 25. Llevamos tres años de casados y nos entendemos muy bien. Es que el espíritu no envejece. Yo por dentro, sigo siendo tan joven como hace 20 años. Es el cuerpo, es la apariencia la que hace que le digan a uno viejo.


Eso está muy bien –dije–, pero la chica que acabamos de dejar en su casa, ya es una mujer madura, tal vez unos 15 años mayor que su señora, sin embargo se lo haré saber. Se sentirá halagada.


Usted no es de aquí ¿cierto? –me pregunta.


No. Yo soy de Cali, pero desde hace cinco meses, estoy viviendo en Manizales.


Pero por lo que veo, le está yendo muy bien –me dice socarronamente.


A Ella la conozco hace muy poco, un mes aproximadamente, pero sí, usted tiene razón. Estoy muy contento acá y estoy tratando de conquistarla. El miércoles precisamente, le llevé una serenata.


Y una mujer así, se la merece. Y estoy seguro de que apreciará mucho el detalle –continuó diciendo el taxista–. Es muy bonita y por lo que les venía escuchando, es una mujer inteligente y preparada, y además lo trata a Usted muy bien, muy delicadamente.


Las serenatas son –me decía–, una buena manera de expresar los sentimientos. Siga así, es cuestión de paciencia. La conquista para Mí, es una obra de fina artesanía y necesita de tiempo para que ellas se aseguren de que uno es el hombre que andan buscando. Aunque le digo una cosa: las mujeres escogen al hombre que quieren que las conquiste. Nosotros seguimos el juego de la conquista, pero la escogencia ya está hecha cuando comienzan a aceptar sus invitaciones.


O sea que usted cree que ella ya se decidió por Mí –le pregunté interesado.


Por supuesto, mi amigo. Sólo hay que escucharla cuando le habla. Suenan como campanitas.


¡Hombre, Dios lo oiga! ¿Cuánto le debo?